Tío Correndito

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(Cuento popular andaluz. Transmitido oralmente por Antonia Romero Morales «Yeyita» y transcrito por Carlos Sepúlveda)

Érase una vez un hombre que era muy pobre. Era tan pobre que no tenía con qué alimentar a su familia. Apenas tenía un techo para vivir y un borrico viejo. Vivían en un pueblo en el que el resto de sus paisanos tenían más dinero que él, pero éstos no se apiadaron de la difícil situación de este desgraciado individuo ni de su familia. Se llamaba el Tío Correndito.

Como sólo le quedaban unas moneditas, se vio en la necesidad de desprenderse del burro. Así que camino del mercado donde se vendían y compraban los animales de las granjas y los productos de las huertas, el Tío Correndito le iba hablando a su borrico.

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– Venga, burrito, no te pares ahora, que no vamos a llegar nunca. Ya sé, ya sé que no tienes ninguna gana. Yo tampoco. Ya esto lo hemos hablado muchas veces, burrito, que es que no te puedo dar de comer. ¿No sabes que no tengo ni para mi mujer y mis hijos? A mí me da muchísima pena venderte, burrito, con lo que te quiero y con lo agradecido que te estoy por todos estos años que me has estado ayudando, llevando cosas de aquí para allá. Pero ya estás muy viejecito y ya no puedes cargar más. Anda, burrito, no me lo pongas difícil. Verás como encontramos a alguien que quiera comprarte para que juegue con sus niños.

Cuando llegó el Tío Correndito con su burro, que casi no podía caminar, con pocos dientes sanos y muy mal pelaje, las gentes del pueblo se reían de él, y le decían:

– Tío Correndito, ¿adónde va con ese burro? ¿Quién va a querer comprar esa bestia decrépita?- decía uno burlándose de la difícil situación del Tío Correndito.

– ¡Vendo burrito! Es muy cariñoso y le gusta jugar- decía como si tal cosa el Tío Correndito, tras instalarse en un hueco del mercado-. ¡Vendo burrito! Sí que es viejecito, para trabajar no sirve, pero es muy listo y rebuzna con mucho sentimiento ¡Vendo burrito!

– Ni regalado lo querría yo – decía otro.

 

Y efectivamente, el Tío Correndito estuvo toda la mañana y nadie se interesó en el burro, si no era para reírse. Tenía que hacer algo para llevar comida a su familia… pero ¿qué? Para colmo de desgracias, el burro hizo caca, así que el olor espantaba a los pocos que se acercaban por allí.

¡Hasta que por fin se le ocurrió una idea!: cogió las pocas monedas que le quedaban y las puso en las mierdas que había echado el animal. Y…

Pasaron por allí unos gitanos que eran tratantes de ganado y que iban de camino a Ronda y, al ver al Tío Correndito y el burro, se acercaron para hacer como el resto de los del pueblo: reírse del aspecto del burro y de la ocurrencia de vender un animal tan viejo.

– ¡Vendo burrito! Vendo el borrico que te hará rico –pregonaba el Tío Correndito.

– ¿A quién se le ocurre vender semejante vejestorio? ¡Si este borrico no sirve ni para cargar un saco de paja!– le dijeron los gitanos.

– No es ningún vejestorio, que tiene las orejas muy suaves y es muy cariñoso… y es que además tiene algo especial: caga dinero –contestó confidencialmente el Tío Correndito. Y con un palito removió los excrementos del animal y podían verse las monedas que había puesto antes.

Los gitanos se quedaron asombrados con el prodigio. Conversaron entre ellos y pensaron que si se lo compraban y le daban bien de comer, pronto recuperarían el dinero que les pidiera el Tío Correndito y después no tendrían que trabajar más. Pero uno de ellos desconfió:

– Ah, ¿sí? ¿Y entonces cómo es que lo vende? –preguntó con suspicacia.

– Porque ya llevo con él muchos años y ya me ha dado dinero para vivir toda mi vida. Ea, y ahora quiero que puedan ser felices más personas.

– ¿Y cuánto pide por él?

– Cuatro monedas de oro.

Los gitanos lo tomaron por tonto, se guiñaron un ojo y le dieron el dinero que les había pedido y se llevaron el burro.

Aquellos días, el Tío Correndito y su familia pudieron comer estupendamente y se compraron ropa, que hasta entonces vestían con andrajos.

A los pocos días, volvieron al pueblo los gitanos, preguntaron por el que les había vendido el burro y se presentaron muy enfadados en su casa.

– Tío Correndito, usted nos ha engañado. Le hemos dado de comer al burro alfalfa fresca y cuando hace caca, no echa ni un céntimo. Así que ya nos puede ir devolviendo el oro que le dimos: este burro no caga dineros –le dijeron amenazantes.

– ¿Yo? ¿Engañarle? Si le dije que tiene unas orejas muy suaves, que es muy cariñoso…

– ¡Sí, Tío Correndito, usted nos ha engañado! Este animal no caga dineros.

– Bueno, sí que es verdad que le dije una mentira, pero es que me hacía falta el dinero para darle de comer a mi familia, sabe usté, es que no teníamos nada y con las ropas hechas unos harapos y… -contestó.

– Devuélvanos ahora mismo las cuatro monedas de oro o vamos a cometer un disparate.

– Vale, se lo devolveré, pero a poco a poco, es que en este momento no lo tengo.

– Con que esas tenemos ¿eh? Pues ahora le vamos a tirar por el Tajo de Ronda por habernos estafado -dijeron.

De modo que los gitanos cogieron al Tío Correndito, lo metieron en un saco y se lo llevaron.

Cuando ya llevaban un buen rato de camino, se pararon a descansar en una venta que había junto al camino y dejaron fuera al Tío Correndito metido en el saco.

Pasó por allí un pastor con un gran rebaño de ovejas y el Tío Correndito al escucharlos empezó a gritar:

– ¡Sáquenme de aquí! ¡Socorro!

– ¡Ag, las ovejas! ¡Qué engorro de ovejas! Qué hartura, todo el día “Beeeeeee Beeeeeeeee” ¡Qué peste, las ovejas! Todo el día con las ovejas en el campo ¡Ag, el campo! ¡Qué empacho de campo! Los mosquitos, la yerba, las flores, los árboles ¡Qué asco!- se quejaba el pastor haciendo gestos con tanto fastidio que las ovejas se apartaban de él muertas de miedo.

Como no le echaba cuenta, el Tío Correndito empezó a lamentarse:

– ¡Que me llevan a ser rey y yo no quiero ser rey! ¡Que me llevan a ser rey y no quiero ser rey!

Al oír esto, el pastor se acercó y le preguntó:

– ¿Hay alguien ahí metido en el saco?

– Sí, soy el Tío Correndito ¡Que me llevan a ser rey y yo no quiero ser rey!

– Pero ¿qué es lo que le pasa, hombre? ¿Por qué tantos lamentos?

– Que me han metido aquí para llevarme a ser rey ¡y yo no quiero ser rey!

El pastor se quedó pensando: “Este hombre es tonto. Si yo fuera rey, no tendría que estar más con las ovejas, que ya me tienen aburrío”, así que le preguntó:

– Tío Correndito, ¿y yo podría meterme en el saco en su lugar? A cambio, yo le daría este rebaño de ovejas que vienen conmigo.

– Vale. Estoy tan triste… ¡porque me llevan a ser rey y yo no quiero ser rey!

Así que el aristocrático pastor sacó al Tío Correndito del saco y se metió en su lugar. Éste se fue de lo más contento con el rebaño de ovejas.

Cuando los gitanos salieron de la venta, cargaron de nuevo con el saco. Uno de ellos dijo:

– Pues ¿no que parece que pesa más?

– ¡Anda hombre! Es porque acabamos de comer ¡Jarto de gachas cualquiera se agacha! – dijo otro. Todos se rieron y continuaron su viaje.

Cuando llegaron a Ronda, se dirigieron al Tajo y… A la de una, a la de dos y a la de ¡tres! tiraron el saco. Cuando volvieron, se encontraron por el camino al Tío Correndito con el rebaño de ovejas y dijeron asombrados:

– ¡Agárralo que no escape! –dijo uno- que a este lo tiramos otra vez.

– Tío Correndito, ¿cómo es posible que esté usted vivo y con este rebaño de ovejas? ¡Si hace un momento le hemos tirado por el Tajo de Ronda! –dijo otro.

– Es que antes de golpearme con el suelo, me cogieron en brazos unas personas muy amables y, como tenían un rebaño inmenso, me regalaron estas pocas –les mintió.

Los gitanos se miraron entre sí y después de guiñarse, volvieron de nuevo a Ronda. Cuando llegaron al Tajo se tiraron todos por él, esperando llevarse antes que nadie todas las ovejas que se encontraran.

El Tío Correndito volvió al pueblo con su familia y su burrito. Y gracias al rebaño de ovejas, ya nunca más pasaron hambre.

 

Y COLORÍN COLORADO

ESTE CUENTO SE HA ACABADO.