Bailar con la sombra

         (Cuento esto en unos momentos en los que han soltado de nuevo los perros de presa, en esta ocasión para golpear a los jóvenes para que no beban en la calle. Tan absurdas suenan las justificaciones de tan desproporcionadas y brutales métodos, como gigantesca es la locura que se apodera de los que se emplean de semejante manera con quien representa su propia Sombra).

Por eso, y por mucho más, pido que como primer paso, seamos capaces de mirar nuestra Sombra de frente, soportar su fealdad inmensa y de quedarnos con su cara. Basta ya de disfraces que nadie se cree. De lo contrario, nunca averiguaremos por dónde nos vienen las tortas.
A lo mejor nos encontramos con alguna sorpresa. Como algunos aliados que bien vendría tenerlos de nuestra parte, en vez de arrinconarlos en nuestro lado oscuro.

   Creémonos un espacio protegido y bendigamos a los que nos rodean en este trance. Nadie habló de convertirse ahora en su sirviente, de empuñar la espada contra los más desvalidos o de emborracharnos con su ácido licor de dogmas. Más bien de elegir un Guía que nos acompañe mientras descubrimos sus contornos cambiantes, sus formas monstruosas y estilizadas, sus movimientos diversos y su pétrea quietud.

Podemos, incluso, reírnos de su etérea esencia, siempre ligada a la luz que nos alumbra. Porque más grotesco, imposible: mientras más puro y nítido es el resplandor de los focos que realzan nuestros logros más deseados, más difícil es esconder las Sombras que crea.

Podemos, por una vez, desviar la mirada de esa luz cegadora, volverla hacia nuestra Sombra y –ya que no es posible yacer ni fundirse-, con la inmensa libertad del Tramposo Sagrado, ser capaces de jugar y BAILAR con ella. Y sufrir y gozar.

Carlos Sepúlveda.