Del montón

Son los tiempos de Internet, WhatsApps y no sé cuántas redes sociales más; son tiempos de satélites espaciales a porrillo y en los que me encuentro diariamente una palabra en inglés para definir algo; son tiempos en los que se normalizan los robos de las grandes empresas, la impunidad de los ladrones de chaqueta y corbata, la especulación inmobiliaria, el poder de los bancos, los negocios multimillonarios y el avance de la intolerancia y la ultraderecha; son también los tiempos de cambio climático, pandemias y Apocalipsis Now. Todo lo que ocurre en estos tiempos delirantes se percibe de una forma diferente en una ciudad mediana, pobretona y un poco cateta como Sevilla. Aquí se siente todo esto de una manera más amortiguada en ocasiones y, al mismo tiempo, de manera más flagrante e injusta, si eso es posible, por no ser el lugar donde se toman las grandes decisiones. En este entorno, un artista del montón como yo, creador conocido únicamente a su alrededor, deja sentir su influencia en un número limitado de corazones, endulza oídos y retinas momentáneamente, ocupando tan solo la letra pequeña de los libros de Historia Contemporánea.

 

En esos pensamientos estaba mientras iba en taxi a la asociación de vecinos donde íbamos a actuar, con mis mejores galas y cargado de chirimbolos con un carrito de la compra. Nada que ver con el glamour, con las alfombras rojas y los flashes de una nube de periodistas. Fui a comentarle al taxista acerca de los rigores de la precariedad de quienes somos del montón, después de haber metido a presión en el maletero la barca de gomaespuma pero me callé porque pensé que sí, que tengo los mismos miedos antes de empezar que los grandes artistas; que tengo también una responsabilidad pero con un sueldo incomparablemente inferior o inexistente -como era el caso-; que las condiciones con las que nos movemos nunca pueden contribuir a que se realce el trabajo, que un espectáculo con personas aficionás siempre va a generar un resultado con muchas aristas, y que todo ello y cien mil cosas más van a generar una difusión casera y más precariedad -la pobreza llama a la pobreza-, por lo que la frontera del estatus del montón se vuelve más y más intraspasable. Pero…

 

Sí, pero. No le dije nada al taxista. Me callé y me acordé de mis niñas, que me permiten habitar dentro de ellas, que sostienen mi oficio de artesano del baile, que me siguen en todas mis chalaúras, que se entregan y me regalan lo más exquisito de su interior, confirmándome así la esperanza en el ser humano, desmentida tantas veces por las noticias con las que nos machacan los medios.

 

Sí, después me alegré de haberme callado porque, a pesar de todos los pesares, estoy ahí, estamos ahí. Tengo el privilegio de vivir del arte, de mis creatividades, de poder hacer mi caminito. Y ese deseo de perdurar, de dejar mi huella, que va creciendo a medida que voy cumpliendo años a velocidades supersónicas, se ve satisfecho al ver las caras del público de barrio, que no hubieran estado allí si no fuera porque era gratis pero no se iban, algo encontrarían. Un público de todas edades a quienes estábamos regalando futuros recuerdos de innumerables emociones y unas pocas llaves que utilizar cuando les asalte la duda de si ya somos demasiado mayores para, de si bailar es un gusto o no, de si se puede mirar de frente sin ser arrogantes, de si la satisfacción al mostrarse puede existir en personas con arrugas y algunos kilillos de más. Un público con personas que vibraban, que no podían contenerse y bailaban, y esos ojos que tanto me acompañan y en ese momento me sonreían y asentían invitándome a confiar. Y al finalizar el espectáculo, entre los saludos, hubo quienes me enseñaron las plantas que florecieron con las semillas que repartí hace años sin darme ni cuenta.

 

No es el mío un arte de masas, el anonimato y el olvido me amenazan como a una loncha de jamón del bueno engullido en un solo bocado. Pero el regusto que se me queda, y más después de haber vendido mis libros, no es el de la amargura de que no llegué a la cumbre. En realidad, da igual el número de personas a las que llego porque tengo la certeza de que las emociones que se mueven, se remueven y se despiertan son infinitas como infinito es el amor. Y aunque estos hits no se expanden a escala planetaria en streaming o en plataformas on line ni se reproducen en playlists o podcasts, tengo el honor y el orgullo de ser un artista del montón que saborea su felicidad de café con leche.

 

 

 

Carlos Sepúlveda. Sevilla, 6 de noviembre de 2022.

 

https://www.asociacionredes.org/del-monton/

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